Todo comenzó en 2004 en Moorea, una isla de la Polinesia Francesa. Cécile Gaspar, un veterinario conmocionado por el número de tortugas marinas heridas y debilitadas, decidió crear un centro en el que tratar y curar a los animales enfermos y heridos a petición del gobierno polinesio y, más concretamente, de su Departamento de Medioambiente. Tristemente, es frecuente que muchas hayan quedado mutiladas debido a la caza furtiva.
Se estima que más de la mitad de las tortugas marinas en situación de peligro son víctimas del comportamiento humano. Además de los cazadores furtivos, que dan caza a la especie por su carne, existen gran cantidad de factores adicionales que están amenazando a esta especie tanto en la Polinesia como en el resto del mundo. Las redes de pesca y la contaminación son los principales culpables; la ingesta accidental de plástico por parte de las tortugas es realmente devastadora.